martes, 19 de mayo de 2009

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Don Quijote en Brasil: de la mitología a las historietas


Kenia Maria de Almeida Pereira


En 1605, Don Miguel de Cervantes y Saavedra (1547 – 1616) publicó la que sería considerada, cuatrocientos años después, por los críticos de todo el mundo como la mejor obra literaria creada por un artista de la palabra. En el 2003, en Noruega, un grupo de estudiosos de la literatura eligió a El Ingenioso Hidalgo Don Quijote de la Mancha como obra narrativa de calidad superior y de alto valor estético y filosófico. Cuando leemos D. Quijote, pronto notamos que tal obra es un tejido bien urdido, traspasada por la metáfora de la condición humana, hilvanada por un sesgo dialéctico, y en la cual se mezclan los disparates, devaneos y locuras del dionisíaco Quijote con la razón, el pragmatismo y el equilibrio del apolíneo y fiel escudero, Sancho Panza.
La historia de las peripecias de Don Quijote fue inicialmente concebida y emborronada cuando Cervantes se encontraba en la cárcel, preso como soldado de guerra, en el período de 1575 a 1580 lejos, por tanto, de su tierra natal, en poder de los argelinos. Fue allí, “viendo el sol nacer cuadrado”, con nostalgia de su soleada España, que Miguel de Cervantes imaginó las aventuras y desventuras de aquel que sería considerado el más jocoso y trágico de los caballeros andantes.
Imagine el lector, un señor solitario, alrededor de los cincuenta años de edad, muy culto, ávido por leer novelas de caballería, que llega al colmo de vender partes de su hacienda para comprar obras literarias: - un tipo medio raro-, dirían los jóvenes de hoy. Es más, este sujeto pasa las horas recogido en su biblioteca. Solterón, se contenta con vivir solo con su sobrina y una vieja, su ama de llaves. Pues bien, ese señor de nombre Alonso Quijada, caviló cierta vez que él mismo iría a poner nuevamente en práctica las peripecias, ya fuera de moda, de los caballeros andantes. Así, encarnando un caballero medieval, el señor Quijada, cambió su nombre por el de Don Quijote y confundiendo la realidad con la fantasía, métese dentro de las armaduras herrumbrientas de su bisabuelo, toma su seco caballo Rocinante y, escondido de la familia y de los amigos, parte por el mundo con la intención de luchar por los oprimidos, predicar la justicia, amparar a las viudas, proteger a las vírgenes, glorificar el cristianismo. Todo eso en nombre de su amada imaginaria y ficticia Dulcinea del Toboso.
Son, además, famosas las tres frases iniciales con que Cervantes comienza a describir este excéntrico personaje: “En un lugar de la Mancha, de cuyo nombre no quiero acordarme, vivía no hace mucho tiempo un hidalgo de los de lanza en astillero, adarga al brazo, rocín flaco y galgo corredor…” (CERVANTES, 1980, p.22).
Ya en las aventuras de la primera salida al campo de este hidalgo se mezclan los equívocos y las sandeces. Casi siempre termina cometiendo errores. “Fiascos” y “fracasos” son las especialidades de ese luchador desarreglado. El Quijote se encuentra en el camino con algunas prostitutas, pero ve en ellas a las más puras doncellas. El dueño de una pobre venta es tomado por un castellano. Más adelante, prohíbe que un hacendado castigue a su criado, apelando a la dignidad y al respeto que se le debe a los seres humanos; pero, así que el Quijote se aparta, el siervo es castigado doblemente. Quijote también exige que los caballeros aclamen la belleza de Dulcinea, aún cuando nuestro héroe es derrumbado de su caballo y azotado con violencia. Regresa magullado y desarrapado para la casa, pero no desanimado.
De vuelta al hogar, ante la furia de los parientes y amigos que queman su biblioteca, porque ven en la exageración de las lecturas el virus de la insensatez, D. Quijote no se desanima e inventa otra salida. No obstante, esas aventuras solo van a estar completas si nuestro honrado caballero se hiciera acompañar por un escudero fiel y confiable, en este caso, su amigo y vecino, un labrador gordo y risueño llamado Sancho Panza.
Las contradicciones entre estas dos figuras pronto se convertirían en una risible caricatura que, siglos después, inspirarían a Hollywood la producción de El Gordo y el Flaco. El personaje Sancho es práctico. Él solo parte hacia las aventuras creyendo que su amo cumplirá la promesa de hacerlo gobernador de una isla. Analfabeto, gotón y rústico, Sancho representa el lado hábil y objetivo de la existencia. El Quijote, intelectualmente refinado, idealista y soñador, actúa sólo en nombre de la virtud y de la justicia, sin querer otra recompensa que la aprobación de la dulce e imaginada Dulcinea del Toboso, una moza labradora convertida en princesa por el arte de su fantasía. Don Quijote representa la esperanza. Aparentemente contradictorios, ambos son objeto de sus deseos, y nosotros deseamos con ellos. Uno quiere las glorias del poder, quiere ser gobernador. Otro quiere ser gobernado por los deleites del amor.
De esa forma, El Quijote sería aquella narración cuyo héroe inaugura, en las palabras de Arnold Hauser (2000), una postura ambivalente y barroca en la literatura occidental. Para este autor (2000, p. 417), “antes de Cervantes, (había) solamente personajes buenos y malos, salvadores y traidores, santos y blasfemos; con él, el héroe es santo y loco en una sola y misma persona”.
Sumido en sus ambigüedades, nuestro santo y loco Quijote parte por el mundo con su compañero, indiferente al asombro y a la reprobación del ama, la sobrina, los amigos y del cura de su aldea. Solo con la lectura íntegra de la obra es que podemos comprobar lo trágico-lírico de las confusiones y hechos erróneos vividos por los dos personajes. No se puede olvidar, tampoco, como apunta el estudioso Ian Watt (1977, p. 72), que “D. Quijote se asemeja a varias historias míticas, como las de Fausto, Don Juan y Robinson Crusoe: el protagonista sigue un curso de acción, llevando en la cabeza la más simple de las ideas, que antes de ser efectuada podrá, no obstante, llevarlo a un número infinito de aventuras”. Después de muchas andanzas, ya enfermo y cansado, Quijote se ve obligado a volver a casa. Así, “preso en la dura realidad de la vida cotidiana, privado de su ideal de aventuras, D. Quijote enferma y muere” (D’ONOFRIO, 1990, p.276).
La diversidad y la riqueza estética de esta obra no residen solo en la acción de los alocados personajes. A propósito, es el estudioso Mario Amora Ramos, quien llama la atención hacia el hecho de que de la boca del pragmático y del hombre despueblo, Sancho Panza, salen en profusión los más graciosos refranes: cada uno con lo suyo, grano a grano la gallina llena el buche, mas vale pájaro en mano que cientos volando, a caballo regalado no se le mira el colmillo, por el dedo se conoce al gigante; muera Marta, muera harta, etc. (RAMOS, 2005).
Podemos observar, todavía, la cantidad de referencias bíblicas que salen tanto de la boca de Sancho como de la del Quijote: comerás el pan con el sudor de tu frente; el que ve un arquero en los ojos del otro, no los ve en los suyos; para Dios nada es imposible; da de beber a quien tenga sed, y de comer a quien tenga hambre; entre otros (RAMOS, 2005).
Si bien encontramos referencias judaico-cristianas en El Quijote, también la narración está llena de dioses de la mitología griega, que pueblan tanto la imaginación de Sancho como la del Quijote. Los héroes trágicos griegos, presentes en las peripecias de la obra, establecen relaciones con los sueños frustrados, los desamores y el final poco glorioso del Caballero de la Triste Figura.
La mitología griega aparece aquí como alegoría del drama humano. Ejemplos no faltan de personajes mitológicos que desfilan por ese relato de Cervantes: Acteón, Aquiles, Faetón, Orfeo, Sísifo, Tántalo. Ellos establecen una especie de diálogo intertextual con la figura del estrafalario Quijote (RAMOS, 2005).
La historia trágica de Acteón, por ejemplo, devorado por sus propios canes, en castigo por haber expiado la desnudez de la diosa Artemisa, nos remite al episodio en que Quijote, curioso por contemplar la belleza de aquella que él juzga ser Dulcinea del Toboso, queda decepcionado con la imagen fea y grotesca de la campesina ruda. Desesperado, cree que la dulce amada fue encantada por maleficios de magos. La metamorfosis de Acteón convertido en ciervo y devorado por sus propios perros se aproxima al dolor y los delirios del Quijote que se cree víctima de encantamientos.
¿Y qué decir de Aquiles? Homero nos da noticias sobre este personaje en su poema épico Ilíada. Según la leyenda era invulnerable. Gozaba de fuerza, inteligencia y juventud. Sumergido por su madre cuando era niño en la fuente de la inmortalidad, el agua, por eso, no mojó su calcañar. Flechado en la guerra justamente en este punto vulnerable, Aquiles muere en Troya en el auge de la juventud y del vigor. Si el Quijote muere viejo y fracasado, su calcañar de Aquiles es terminar con las aventuras. Impedido de salir mundo afuera, de poner en práctica los ideales de la caballería andante, Quijote muere melancólico y desilusionado. Sin proyectos, sin aventuras, sin objetivos, nuestro héroe trágico es tocado en su vulnerabilidad.
Ya el personaje griego Faetón tiene su tragedia anunciada por el propio padre, quien le prohibió conducir el carro del Sol. Según la legenda, Faetón era hijo de Helio, el Sol. Cierto día Faetón burla a su padre y sale a guiar sin control el carro del Sol. Inmaduro para aventura tan riesgosa, se precipita en el abismo y muere fulminado en el río Erídano. Quijote juega con aventuras desmedidas y también se tira en el precipicio. Basta recordar, aquí, la espantosa escena en que el Quijote y Sancho se enfrentan a los carreteros que llevan leones feroces para el rey de Oran. Quijote se sitúa frente a la jaula de los peligrosos animales y desafía a los carreteros, exigiendo sin miedo, que les abra lan puerta y que dejen salir a los animales. Quijote, ansioso, creía que luchar con tales fieras bravas dignificaría todavía más su emprendimiento aventurero, lo que consecuentemente, daría más glorias al nombre de su amada Dulcinea. Por suerte, todo termina bien. Los leones, aburridos, prefieren el confort de la jaula a palear con un orate. En su desvarío, Quijote piensa que los leones son cobardes y resuelve cambiar su título de Caballero de la Triste Figura por el de Caballero de los Leones. Descontrolado y rebelde como Faetón, Quijote maneja su impávida espada sin arcar con las consecuencias de sus actos.
¿Y qué decir del mito de Sísifo? Sísifo es el héroe señalado para cargar eternamente una roca hasta lo alto de un peñasco y, después, verla rodar nuevamente en el precipicio y nuevamente ir a buscarla, para después volver a verla caer por el desfiladero y así, eternamente, Sísifo lleva la piedra y de nuevo ella cae y de nuevo él retorna con ella hasta lo alto del peñasco. Sísifo fue condenado por los dioses a esta actividad inútil y absurda, metáfora de la propia vida humana y de sus infinitos deseos y obligaciones, diría Camus en El Mito de Sísifo.
Don Quijote sale una y otra vez en busca de aventuras. Es un eterno hacer y rehacer los actos, una absurda inutilidad de las acciones. Es la voluntad de cambiar el mundo, de defender la justicia, de predicar la paz entre los hombres. Solamente un idealista, un soñador, se propone tal trayectoria poco gloriosa. Así, estamos delante de un clásico, de una obra que no va a morir nunca; una historia bien elaborada que, a lo largo del tiempo, viene suscitando innúmeros diálogos intertextuales.
Antonio José da Silva, El Judío, por ejemplo, en 1734, escribió la pieza La vida del gran Don Quijote de la Mancha y del gordo Sancho Panza. Esta comedia es una versión bufa y musical de las disparatadas fanfarronerías de D. Quijote y Sancho. Jorge Luis Borges escribió el famoso cuento Pierre Menar, autor del Quijote, cuyo tema central es la cuestión de la autoría y del plagio en literatura. Lima Barreto retoma el asunto del idealismo político y de la misión social con el más brasileño de los quijotes, en su Triste fin de Policarmo Cuaresma. José Lins do Rego rinde homenaje a las fanfarronerías y desengaños de Alonso Quijano en la figura del capitán Victorino, en la obra Fuego Muerto. En la poesía, Carlos Drummond de Andrade cantó las locuras y peligros enfrentadas por el famoso dúo, como por ejemplo, la antológica escena en que Quijote lucha con los molinos de viento, en un bello poema titulado Quijote y Sancho, de Portinari.
Ya para los más pequeños, Montero Lobato elaboró el delicioso Don Quijote de los niños. El libro fue publicado por la Brasiliense; en él la muchachada se encanta cuando Doña Benta le narra a los nietos y a Emilia, en una forma didáctica y placentera, las intrigas y enredos de los personajes cervantinos. El que gusta de historietas, se encanta con los trazos humorísticos del dibujante Caco Galhardo, quien, con mucha ironía adaptó las grandes batallas del hidalgo soñador, con el apoyo de la Fundación Peirópolis. Quien se interesa por la narrativa de cordel, puede adquirir enseguida El Quijote en cordel de J. Borges y Jô Oliveira (LGE). En esa narración, con pitazos nordestitos y mucho libertinaje, tanto el autor como el dibujante, cuentan a través de las estrofas y los xilograbados las barahúndas de nuestro héroe. En el contexto de las conmemoraciones de los cuatrocientos años de la publicación del Quijote llegaron a las librerías algunas excelentes traducciones, como la de Sergio Molina, lanzada por la Editora 34, en impresión bilingüe. Hay además una adaptación condensada del traductor Mario Amora Ramos, presentada por la Editora Novo Século. Ramos analiza, de forma primorosa, tanto la estructura como el contenido de esa obra genial. Así, ante esas varias adaptaciones tenemos Quijote al derecho y al revés, o si se prefiere mejor, Quijote para bebés y para caducos, o para todo animal de oreja.


REFERENCIAS BIBLIOGRÁFICAS
CAMUS, Albert. O mito de Sísifo. São Paulo: Record, 2004.
CERVANTES, Miguel de. O engenhoso Fidalgo Dom Quixote de la Mancha. Lisboa: Europa-América, 1980.
D´ONOFRIO, Salvatore. Literatura Ocidental. São Paulo: Ática, 1990.
GRIMAL, Pierre. Dicionário de mitologia. Rio de Janeiro: Bertrand Brasil, 1999.
RAMOS, Mário Amora. Dom Quixote: Quatro séculos de Modernidade. São Paulo: Novo Século, 2005.
HAUSER, Arnold. História social da arte e da literatura. São Paulo: Martins Fontes, 2000.
SPALDING, Orpheu Tassilo. Dicionário de mitologia greco-latina. Belo Horizonte: Itatiaia, 1965.
VIEIRA, Maria Augusta da Costa. O dito pelo não-dito. São Paulo: EDUSP/FAPESP, 1998.
WATT, Ian. Mitos do individualismo moderno. Rio de Janeiro: Jorge Zahar, 1997.